“Aunque viajemos por todo el mundo para encontrar la belleza debemos llevarla con nosotros para poder encontrarla”
Ralph Waldo, poeta y pensador estadounidense
¿Puede existir “química”, atracción irracional, entre una materia inerte y un ser humano?
Julián Ortiz nos da, con su obra, la respuesta a esta enrevesada pregunta. Su creación escultórica dimana magnetismo. Una atracción que cautiva, fundamentalmente al espectador sensible y refinado. Su lenguaje gestual nos llama a voz en grito, con voz muda. Una escultura de Julián Ortiz, no es un mero desarrollo plástico. El autor crea seres vivos encerrados en su caparazón de duro bronce. Quizás por ello pretende gritar, llamar la atención, dejar escapar su alma por entre los resquicios de la fundición.
Las esculturas de Julián Ortiz, son instantes de la vida congelados en el tiempo y en la acción. Desarrolla todo un universo de inusual imaginación al que le presta su propio aliento vital.
Es su obra capaz de acaparar los cinco sentidos de quien la observa.
Su textura, rugosa, agrietada, incita a acariciarla, no como quien acaricia la piel tersa de un niño o una muchacha inocente y cándida, sino con la veneración con la que se acaricia la piel de una madre, de un abuelo, en la que su experiencia vital y su sabiduría está escrita en cada surco que transita su semblante. Del mismo modo al tocar, acariciar con devoción la piel fría y rugosa de las esculturas de Julián Ortiz, uno puede sentir la fuerza de la ejecución, las manos que la moldearon y la sabiduría con que fue engendrada.
Del tacto a la vista. Los cuerpos sarmentosos, deformes, expresan en su gestualidad los temas que representan, con potente expresividad que sumerge al espectador en su mundo de ideas, de sentimientos.
El olor del metal fundido nos evoca lo primigenio, lo auténtico. El poder de la naturaleza, de lo creado en los albores del mundo. Nos huele a fuego, a tierra, a verdad, a una verdad dura y sincera como el mismo material de que está hecha.
El más alto cometido del arte a mi entender, es comunicar, emocionar y estas dos misiones las cumple Julián Ortiz con grado de excelencia. Es la suya una obra, que puede gustar o no gustar, pero en ningún caso dejar indiferente.
Por su originalidad en los temas y la recreación de los mismos, por el mismo material y técnica utilizados, las convierte en obras únicas e irrepetibles, dotadas de su propio código genético. Comparten la zanje y el alma de su creador, pero como seres independientes, cuando salen del horno de fundición han conquistado su propia personalidad.
Quizás lo más extraordinario de las esculturas de Julián Ortiz es que no tienen parangón. No se pueden comparar a nadie. Y además se escapan del análisis técnico, de la crítica erudita para acercarse al sentimiento. Son piezas que deben verse y valorarse con el corazón, no con la cabeza. Que inspiran emociones.
Pero en cualquier caso quisiera rematar estas líneas con unos apuntes más académicos. Las esculturas de Julián Ortiz, trabajadas con la técnica llamada “a la cera perdida”, sin moldes que puedan permitir seriarla.
Su estilo se encuadra sin dificultad y con notoriedad dentro de un neo expresionismo, combinando razón y pasión. Se expresa desde dentro hacia fuera, desde la idea a la materia. Mantiene rasgos formales muy particulares que le hacen muy fácilmente reconocibles en sus trazos y formas.
Julián Ortiz, lleva ya un largo camino recorrido de su trabajo de creación. Un camino tan sólido como las piezas que crea.
Una apuesta de futuro, desde un análisis del presente ser humano.
Tito Moreno del Muro, Escritor y crítico de arte
Julián Ortiz Domínguez, Escultor
Ferias de Arte Contemporáneo, nacionales e internacionales
Premios
Publicaciones
Exposiciones colectivas y obra permanente
Las obras del artista
Estaño y hierro, blanco mate, pieca única, 1/1, 29x30x7cm
Estaño y aluminio, pátina tierra óxido, pieca única, 1/1, 19x30x10cm
Estaño y aluminio, pátina tierra óxido, pieca única, 1/1, 45x14x14cm
Estaño y hierro, blanco mate, pieca única, 1/1, 29x14x14cm
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